martes, 3 de mayo de 2011

Rarezas, confesiones y minimisterios

No soporto los guisantes en el arroz, los aparto y los pongo en un montoncito en el borde del plato. Adoro los guisantes con jamón.


Me ponen muy nerviosa las películas que acaban con un final "acojonantemente bueno", lo que implícitamente significa que te deja descolocado y que tienes que inventarlo o presuponerlo tú solito. Sí, me gusta que si los protagonistas acaban juntos, salga la boda, y si puede ser, los dos meses posteriores a ella. Necesito saber que todo estará bien, que el embarazo llegó a término y que el vecino asesino está bien muerto y enterrado.


Odio la coca cola, sólo me gusta del tiempo y sin gas o con mucho whisky.


Me encantan las plantas en casa, pero siempre se mueren o dejan de tener las flores maravillosas que me convencieron para comprarlas. Estoy tan frustrada que he recurrido a mi infancia y he plantado lentejas con algodón como en el colegio. Sorprendentemente, siguen vivas y cada día más grandes. En el colegio nunca me explicaron qué hay que hacer ahora.


Confieso: una vez, hace demasiados años, me compraron un muñeco nuevo, y marginé en el más absoluto abandono al anterior, hasta el punto de inventarme en mis juegos que era adoptado y que no le quería tanto como a su hermano biológico. Nunca sabré de dónde me salía esa crueldad. Prometo que hoy no soy así.


Cuando era pequeña, por regla general, cortaba el pelo a mis muñecas casi recién estrenadas (como para hacerlas más mías, supongo). Las dejaba tan horribles a las pobres que no volvía a mirarlas y se convertían en las malas de mis aventuras. No sé cómo coño le ponen el pelo a las muñecas pero aunque lo intentes con esmero NUNCA se iguala


He de reconocer que a mis 27 años, mi marido sigue regalándome muñecas; la última, la Barbie Classic. No me pude resistir, arrastrando aquel trauma de la niñez, la lavé el pelo con champú y mascarilla y me envalentoné con las tijeras, con el firme pensamiento de "esta es la mía". Repito: No sé cómo coño le ponen el pelo a las muñecas pero aunque lo intentes con esmero NUNCA se iguala. Por suerte a esta edad tengo más recursos y le he diseñado un turbante estilo años 30 con unos pantys viejos que disimula casi por completo el desastre. No he vuelto a sacarla del baúl. 


Siempre me consideré amante de los animales. Hoy, haciendo un repaso, me considero irresponsable e incluso asesina. Tuve peces (unas cuatro veces) murieron porque siempre me parecía que tenían cara de hambre y supongo que se empacharon; tampoco me gustaba limpiar la pecera, olía mal. Tuve un periquito, por despiste se quedó  en el porche y le cayó la lluvia del siglo. Sobrevivió, hasta que se me ocurrió que tendría frío y lo sequé con el secador del pelo. Murió achicharrado. Tuve un conejito blanco; lo dejé en su maravillosa jaula al sol y al día siguiente estaba literalmente FRITO. Tuve una cobaya a la que solía soltar por el jardín, un día fui a acariciarla y sólo era el pelo; se la había comido mi perro.


ME ENCANTA ABRIR COSAS NUEVAS. Y creo que no sólo me pasa a mi. Analizadlo. 
Un montón de veces me descubro a mi misma diciendo "déjame que lo abra yo" o "yo lo abro" o "me dejas abrirlo?". O miro con una especie de impaciencia deseosa a quien lo está abriendo a mi lado. Promete que nunca has tenido una ridícula discusión de "yo lo abro" "no, déjame a mi, yo lo he cogido primero". Y no hablo sólo de un regalo o de la caja de tu nuevo equipo de música... Abrir lo que sea, incluso una carta del banco que ni siquiera es para ti, una lata de berberechos, un paquete de pilas, el bote de mermelada... ¿Por qué será? ¿es de nuevo la búsqueda de una mini-satisfacción? ¿pero por qué nos satisface deshacer una cama recién hecha o sacar una revista del plástico que la envuelve?


Otro minimisterio más del complejo e incomprensible ser humano.


lunes, 2 de mayo de 2011

Un mes y diez días...

Qué rápido pasa el tiempo, con qué velocidad los minutos se vuelven horas y las horas se vuelven días. Con qué facilidad, como si nada, los días se amontonan en semanas y se quedan atrás, en forma de mes. Siempre me fascinó el tiempo, y tengo la certeza de que siempre seguirá haciéndolo.

Me lo imagino como una alfombra infinita, que avanza constante bajo mis pies, como una cinta caminadora. Una alfombra que tras de mí carga viejos estampados, pero que se vuelve blanca y ligera frente a mis ojos. Por esta alfombra puedo caminar sólo hacia delante, pero con la mente y el corazón, puedo hacerlo también hacia atrás.

Caminando hacia delante puedo pintar mi alfombra como yo quiera, colorearla en tonos pastel o emborronarla de negros y grises; en cambio, si lo hago hacia atrás, sólo puedo mirar y aprender, con lágrimas en los ojos o con una sonrisa de oreja a oreja.

Cuando camino hacia delante suelo tropezar, me caigo y me levanto, corro, salto de alegría, siento que vuelo y me deslizo casi sin esfuerzo,  o a veces me quedo quieta, clavada, estancada y viendo cómo mi alfombra sigue su ritmo, sin esperarme, sin tenerme en cuenta, pero siempre, siempre, a la misma velocidad y en el mismo lugar bajo mis pies.


Me gusta sentir cómo los latidos de mi corazón se mueven al ritmo de esa alfombra incansable. Me gusta sentir que avanzo, y que a mi espalda los colores se mezclan en armonía tejiendo un pasado de luces y sombras en las que reconocerme por muy lejos que esté.


Este mes y diez días sin actualizar mi blog, he querido correr demasiado deprisa, hacer un millón de cosas y adelantarme a algo que todavía no sé bien qué es. No os lo recomiendo. No hay prisa. Sólo tenéis que encontrar el ritmo de vuestra alfombra y caminar con él, un ritmo que os lleve hacia delante pero que a la vez os permita pasear y mirar, tanto a vuestro al rededor como hacia dentro de vosotros.


viernes, 18 de marzo de 2011

Un cuento viajero que hoy ha vuelto a encontrarme.

Esta es una de las historias con las que mi madre comenzó a enseñarme cuando era niña lo que hoy sé y siento por el amor... Gracias, MAMÁ. Gracias, AMOR. 




Dos hermosos jóvenes, se comprometieron de novios cuando ella tenía trece y él dieciocho. Vivían en un pueblito de leñadores situado al lado de una montaña. Él era alto, esbelto y musculoso, dado que había aprendido a ser leñador desde la infancia. Ella era rubia, de pelo muy largo, tanto que le llegaba hasta la cintura; tenía los ojos celestes, hermosos y maravillosos. Cuenta la historia, que se habían hecho novios con la complicidad de todo el pueblo. Hasta que un día, cuando ella tuvo dieciocho y él veintitrés, el pueblo entero se puso de acuerdo para ayudar a que ambos se casaran.
Les regalaron una cabaña, con una parcela de árboles para que él pudiera trabajar como leñador. Después de casarse se fueron a vivir allí para la alegría de todos, de ellos, de su familia y del pueblo, que tanto había ayudado en esa relación. Y allí vivieron durante todos los días de un invierno, un verano, una primavera y un otoño, disfrutando mucho el estar juntos.
Cuando el día del primer aniversario se acercaba, ella sintió que debía hacer algo para demostrarle a él su profundo amor, y pensó regalarle algo que tuviera un gran significado para él: Un hacha nueva relacionaría todo con el trabajo; un suéter tejido tampoco la convencía, pues ya le había tejido varios en otras oportunidades; una comida no era suficiente agasajo.
Decidió entonces bajar al pueblo para ver qué podía encontrar allí y empezó a caminar por las calles. Sin embargo, por mucho que caminaba no encontraba nada que fuera tan importante y que ella pudiera comprar con las monedas que, semanas antes, había ido guardando de los vueltos de las compras pensando que se acercaba la fecha del aniversario.
Al pasar por una joyería, la única del pueblo, vio una hermosa cadena de oro expuesta en la vidriera. Entonces recordó que había un solo objeto material que él adoraba verdaderamente, que él consideraba valioso. Se trataba de un reloj de oro que su abuelo le había regalado antes de morir. Desde chico, él guardaba ese reloj en un estuche de gamuza, que dejaba siempre al lado de su cama. Todas las noches abría la mesita de luz, sacaba del sobre de gamuza aquel reloj, lo lustraba, le daba un poquito de cuerda, se quedaba escuchándolo hasta que la cuerda se terminaba, lo volvía a lustrar, lo acariciaba un rato y lo guardaba nuevamente en el estuche.
Ella pensó: "Que maravilloso regalo sería esta cadena de oro para aquel reloj". Entró a preguntar cuánto valía y, ante la respuesta, una angustia la tomó por sorpresa. Era mucho más dinero del que ella había imaginado, mucho más de lo que ella había podido juntar. Hubiera tenido que esperar tres aniversarios más para poder comprárselo. Pero ella no podía esperar tanto.
Salió del pueblo un poco triste, pensando qué hacer para conseguir el dinero necesario para ésto. Entonces pensó en trabajar, pero no sabía cómo; y pensó y pensó, hasta que al pasar por la única peluquería del pueblo, se encontró con un cartel que decía: "Se compra pelo natural". Y como ella tenía ese pelo rubio, que no se había cortado desde que tenía diez años, no tardó en entrar a preguntar.
El dinero que le ofrecían alcanzaba para comprar la cadena de oro y todavía sobraba para una caja donde guardar la cadena y el reloj. No dudó. Le dijo a la peluquera:
- Si dentro de tres días regreso para venderle mi pelo, ¿usted me lo compraría?
- Seguro, fue la respuesta.
- Entonces en tres días estaré aquí.
Regresó a la joyería, dejó reservada la cadena y volvió a su casa. No dijo nada.
El día del aniversario, ellos dos se abrazaron un poquito más fuerte que de costumbre. Luego, él se fue a trabajar y ella bajó al pueblo. Se hizo cortar el pelo bien corto y, luego de tomar el dinero, se dirigió a la joyería. Compró allí la cadena de oro y la caja de madera. Cuando llegó a su casa, cocinó y esperó que se llegara la tarde, momento en que él solía regresar.
A diferencia de otras veces, que iluminaba la casa cuando él llegaba, esta vez ella bajó las luces, puso sólo dos velas y se colocó un pañuelo en la cabeza. Porque él también amaba su pelo y ella no quería que él se diera cuenta de que se lo había cortado. Ya habría tiempo después para explicárselo.
Él llegó. Se abrazaron muy fuerte y se dijeron lo mucho que se querían. Entonces, ella sacó de debajo de la mesa la caja de madera que contenía la cadena de oro para el reloj. Y él fue hasta el ropero y extrajo de allí una caja muy grande que le había traído mientras ella no estaba. La caja contenía dos enormes peinetas para su cabello que él había comprado gracias al dinero que consiguió vendiendo el reloj de oro del abuelo...


martes, 15 de marzo de 2011

Dignidad

Dignidad: «calidad de digno», deriva del adjetivo latino dignus, que se traduce por «valioso»; es el sentimiento que nos hace sentir valiosos con nosotros mismosSe aplica a la persona que tiene respeto y buena estima de sí misma y merece que se lo tengan las demás personas. ¿SEGURO?


Manu y yo prácticamente no discutimos, y puedo prometer y prometo que cuando lo hemos hecho no hemos aguantado más de 20 minutos "sin hablarnos".
Algunos nos dicen: "qué aburrimiento" o "con lo chulas que son las reconciliaciones pasionales", pero yo pienso que no discutir es algo increible por lo que una vez más tengo que dar las gracias.


En los casi 5 años que estamos juntos, he aprendido a ser más humilde, a pedir perdón y a valorar qué discusiones merecen o no la pena.
Mi madre sigue recordándome cuánto he cambiado, pues siempre he sido "muy digna". En cada discusión, fuese con quien fuese, yo tenía que quedar por encima como el aceite (frase de mi madre) y si la cosa acababa mal y no me salía con la mía, apretaba los dientes y no abría la boca casi ni para respirar; y si a esto le añadimos una mirada fría como el hielo y una soberbia absoluta, podemos decir que cuando me enfadaba era realmente DESAGRADABLE.


Hace unos meses, tal vez más de una año, Manu y yo discutimos, aunque no me acuerdo por qué. Esto me consuela, pues significa que no era nada importante. 
Sólo recuerdo que yo estaba muy, pero que muy muy enfadada. Fue una discusión por la mañana, antes de salir a trabajar y casi recién levantados (es un momento horrible para discutir, así que nunca lo hagáis).
Desayunamos sin intermediar palabra, ni nos mirábamos (bueno, Manu buscaba mis ojos, pero yo me sentía "muy digna" y no pensaba mirarle!!!!).
Bajamos en el ascensor en el más absoluto de los silencios y anduvimos hacia el coche, yo por supuestísimo (cómo no), unos pasos por delante de Manu.
Subimos al coche, me puse el cinturón, saqué mi bolsita de maquillaje y me adorné con raya negra y colorete.
Busqué mis gafas de sol en el fondo interminable de mi enorme bolso y me las planté como una reina, estaba deseando ponérmelas, es absurdo pero siento que me protegen de algo más que del sol cuando estoy enfadada.


Llevábamos unos 10 minutos en el coche, yo miraba al infinito como si me fuese la vida en ello y Manu de repente empezó a reirse a carcajadas, como cuando intentas aguantar la risa pero de repente explotas.
Obviamente, y sin el más mínimo contagio, muy dignamente le dije "se puede saber de qué coño te ries?".


Él simplemente me dijo: ANDA, MÍRATE AL ESPEJO.


En el momento en que bajé el espejo y me miré, el cabreo se esfumó como por arte de magia y ahora fui yo la que rompió a reir.


MIS GAFAS SÓLO LLEVABAN UNO DE LOS CRISTALES Y NO ME HABÍA DADO CUENTA!!!!!


Nunca más volvimos a hablar de aquel enfado estúpido, y siempre nos reímos recordando esta anécdota. De hecho, ahora cada vez que me enfado, en lugar de contar hasta 10, intento ponerme en la misma situación, y haya pasado lo que haya pasado, creo que SIEMPRE volvería a reirme si me descubro ante el espejo con un sólo cristal, lo que significa que ningún enfado es más fuerte que una carcajada. Y la dignidad, señores, es lo único discutible.



viernes, 11 de marzo de 2011

margaritas...

Pasado mañana es mi cumpleaños... casi 27... no sé por qué razón, pero aún sin conocerlo ya adoro ese número, me cae bien! Y algo me dice que en estos 365 que viajaremos juntos van a pasarnos cosas geniales. 
Recuerdo cuando mis hermanas cumplieron 27 y yo las veía tan por encima de mi, tan ejemplares, tan mayores... y recuerdo mi sensación de "algún día seré como ellas". 
Los años han pasado para todos y ahora mis hermanas tienen 33 y 37... y sigo viéndolas por encima de mi, ejemplares, sabias, mayores...
Me gusta pensar que alguien menor que yo puede verme grande, adulta y segura, porque yo, sigo sintiéndome niña. 
Hoy Manu ha ido a buscarme al trabajo como cada día y se ha retrasado 10 minutos porque anda preparando algo para mi... me muero de los nervios!!! Llevo desde las 15.00 h. detrás de él pidiéndole pistas cual niña chica, intentando sacarle cosas desesperadamente, pero cuando parece que va a decirme algo me pongo a gritar pidiéndole que se calle, no quiero saber absolutamente nada!!!!!! amo los secretos de amor, amo las sorpresas!!!! Y confieso que no sabría vivir sin ellas.
Cuando hemos llegado a casa, he sentido que empezaba mi cumpleaños con dos días de antelación. Manu tenía perfectamente colocado sobre la mesa del salón un nuevo jarrón precioso  lleno de margaritas rosas, mi flor favorita. Me ha cocinado una pasta con salmón y hemos cerrado los ojos en el sofá encajados en esa postura encantadora que sólo los dos sabemos disfrutar hasta niveles sobrenaturales.


Quiero tener 27 años, quiero tener 127 más a su lado.




domingo, 6 de marzo de 2011

...ALQUIMIA...

Puedo considerarme buscadora de mezclas perfectas.
Incluso existen situaciones cotidianas a las que otorgo el valor casi de ritual. Y simplemente, no pueden modificarse ni lo más mínimo porque dejarían de ser tan satisfactorias. 
Los spaghetti bolognesa, por ejemplo, son plato obligado dos domingos al mes (el placer aumenta si es domingo de resaca); y en este caso mi ritual para ser completamente feliz consiste en:
a) servírmelos en una fuente honda tipo ensaladera
b) mirar la cantidad y sonreir incluso antes de probarlos siendo consciente de la cantidad tan desmesurada que pretendo comerme
c) nada de mesas. Tengo que estar recostada en el lado derecho del sofá, con la espalda sobre dos cojines (uno de los rojos y otro de los de rayas negras y blancas).
d) la fuente apoyada entre el pecho y el ombligo, sin bandeja.
e) mi trapo sagrado y una servilleta de papel debajo de mi pierna izquierda
f) la botella de agua (no puede ser vaso) accesible para mi mano derecha
Si da la casualidad de que el domingo viene alguien a comer a casa, obviamente no puedo comer estilo Cleopatra y me siento a la mesa. Pero esto supone que a más tardar al día siguiente, tengo que volver a comer spaghetti bolognesa porque no los he disfrutado ni la mitad de la mitad y NECESITO MI MOMENTO. NECESITO MI DOSIS DE FELICIDAD AL 100%.
Manu a veces me llama loca (con todo el amor del mundo), pero yo prefiero decir que soy una persona a la que le cuesta muy poco ser feliz. Y puedo ser la mujer más feliz del mundo durante los 20 minutos que siento sobre mi tripa el calorcito de la fuente de pasta. LA MÁS FELIZ DEL MUNDO. Por qué conformarme con menos? Manu se ha aprendido al dedillo cada uno de mis "rituales" y me encanta ver cómo coloca los cojines estratégicamente en el sofá o sitúa la botella de agua en el sitio exacto para que no tenga que perder la postura cada vez que quiera beber agua y sólo tenga que estirar el brazo. A veces se ríe mientras lo hace y me pregunta qué haremos si algún día tenemos hijos y ven a su madre comer en esas condiciones. Creo que no quiero tener hijos :)
Esto es sólo el ejemplo más gráfico que ha venido a mi cabeza, pero si nos ponemos a pensar, todos en nuestra vida buscamos estas mezclas perfectas para dar con el resultado que nos hace felices. En todos los aspectos que podamos imaginar. 
Nuestra vida es una caldero mágico y nosotros los alquimistas responsables de convertirla en algo que merezca la pena, mezclando y mezclando.
Todos sabemos lo que nos hace bien. Todos tenemos los ingredientes, sólo hay que aprender a combinarlos. Crea tus pequeños rituales y desde hoy y para siempre ejerce tu sagrado derecho a ser feliz.







lunes, 7 de febrero de 2011

...I LIKE...

Las tardes de domingo, las películas que me hacen llorar, descubrir y redescubrir lugares, salir del trabajo, mi chico esperándome en el coche y esa mirada tras sus gafas de sol, la risa de los bebés, las fotos en blanco y negro, reencontrarme con amigos del pasado, mi cámara colgada al cuello, las tardes buscando sitios que visitar en nuestro próximo viaje, el wishky, las patatas fritas con un toque de pimienta, el tabaco de liar, el olor del incienso, la luz de las velas,el blues, las canciones que me recuerdan a mis padres, bailar como una loca, inventar nuevas recetas y no acordarme de ellas cuando quiero repetirlas, acostarme tarde y levantarme aun más tarde, los días enteros en la cama viendo pelis ñoñas, poner cuadros nuevos en casa, pringarme las manos con todo, platos de pasta inconmensurables un día de resaca, hablar por teléfono con mi mami cinco veces al día y siempre tener cosas que contarnos, que te amo sean las dos palabras que más escuche al día, vibrar con las canciones que Manu compone para mi, sus punteos, su manera de sentir la música y fundirse con la guitarra, las tardes de compras hasta que me duelen los pies y me echan de las tiendas, hacer planes para no cumplirlos, Gabriel García Marquez, tuenti y facebook de lunes a domingo, buscar imposibles en internet, rescatar películas del olvido, ponerme guapa porque sí, no tener que secarme el pelo en verano, los ojos claros, el ballet clásico, los viajes juntos en coche cargados de todo tipo de comestibles insanos, Cabañas, hacer reír a los demás, Menorca, hablar del pasado con mis hermanos, echarles de menos, pintar con las manos, la plastilina, los puzzles de mil piezas, jugar al chinchón hasta la madrugada un sábado por la noche, ganar al trivial, el photoshop, escribir mails eternos, las alfombras, contar chistes malos, cantar en la ducha, recordar las juergas con mis amigas, extrañarlas mil veces, el reggaeton más horrible en las noches más locas, comer pipas hasta tener agujetas en la lengua y los labios hinchados, aída, sentirme la pequeña de mis tres hermanas, la mayor para mi hermano y la bebé para mamá, emocionarme al pensar en el futuro, arrepentirme de cosas que he hecho pero haber aprendido de ellas, borrar teléfonos inútiles del móvil, releer sms después de años olvidados, superarme a mi misma constantemente, hacer el amor inesperadamente, amar, dejar crecer mi pelo y maquillarme cada día menos, París, las noches de enigmas y copas en el jardín con papá, sexo en NY, Zara, las tardes de tormenta y las noches de lluvia asomada a la ventana, Lisboa, pasar horas viendo fotos del pasado en las que vuelvo a reconocerme, leer antes de dormir, la revista Cuore para subir mi autoestima, la cerveza de trigo en la galerna, las penúltimas copas en el colonial y las últimas en el Honky, besar a Manu después de un concierto, y sus ojos sólo para mi en el escenario, los clásicos de Walt Disney, abrazar a los árboles y sentirme viva, no acordarme al día siguiente de cómo llegué a casa después de una noche increible, hacer la compra en pareja y dividirnos el super por pasilos, nuestros findes sin movernos de casa, despertarnos hechos un desastre y aún así vernos bellos, los cafés de después de comer que se convierten en desayuno del día siguiente en Villafranca, que mi hermano me abrace y mis sobrinos me llamen Tia Tammy con sus lenguas de trapo, hacer cola para el cine mientras debato conmigo misma si compraré chuches, palomitas o ambas, coger taxis en Madrid y entablar una conversación insólita con el conductor, el olor a tierra mojada, la luz de la luna, tomar el sol hasta casi freirme, reinventarme looks con ropa que nunca me pongo, memorias de África, cerrar los ojos mientras escucho música, sonreir mientras camino y transmitir a la gente que soy feliz, el sonido de una buena guitarra acústica, los jerseys calentitos que no pican, las tardes infinitas de sofá y mantita, Isabel Allende, las estrellas fugaces, el barquillo de los helados, pintarme los labios rojos y verme mayor cada vez que me miro al espejo, inventar cuentos para niños y para no tan niños, soñar con mi infancia y echar de menos a la niña que fui, el sonido de las olas, la arena de playa entre los dedos, aliñar la ensalada y mezclarla con las manos, el color de las moras espachurradas, los tacones de vértigo a los que ni puedo subirme, las botas de cowboy, los vaqueros cortos, que me susurren al oido y se erice mi piel, la voz dulce de mi hermana mayor, los consejos maduros de mi hermana mediana y los anhelos de mi hermano pequeño, pintar, mezclar y mezclarme, sentir, aprender, descubrir, entender, enseñar, que me sorprendan, los pequeños detalles, las escapadas de fin de semana, el acento chileno, las medias negras, la ópera, la sección de papelería de el corte inglés, la cocina thai, la forma en la que Manu me despierta, mis gafas de pasta negras, comer con los ojos, el color magenta, Monet, Klimt, Schiele, los globos, los grandes filósofos que consiguen hacerte sentir pequeño, las charlas profundas de madrugada, las cenas con amigos en casa, las cervezas que se convierten en cuatro de la mañana, las miradas que hablan, las faldas cortas, las manos, sacar la lengua en las fotos, el indescriptible sabor de un buen vino blanco, las copas enormes de cristal casi invisible, perder el control de la ropa que tengo y la sensación de que siempre hay algo que me compraría, cantar en el coche, un buen concierto, comer con palillos, bailar en plan porno, quedarme horas bajo la ducha, hacer castillos de arena, el flamenco, improvisar, besar en el cuello, estirar el tiempo como un chicle, descubrir a veces cómo he crecido y que no lo he hecho otras muchas, hacer listas para todo y tachar cosa por cosa, tocar la guitarra hasta que me arden las yemas de los dedos, el oporto, Sintra, ser consciente de la suerte de estar viva, la química indescriptible a veces entre seres humanos, esperar a alguien en el aeropuerto, jugar a ser pequeña, las gafas de sol enormes, fotografiar hojas caídas, pasear en silencio, inventarme la vida de quien me cruzo por la calle, los crucigramas, Tracy Chapman, Clapton, ilusionarme por tonterías, los pañuelos en el cuello, las rosas rojas, que me guiñen un ojo, los abrazos sin palmaditas en la espalda y con los ojos cerrados, Etta James, mojar pan en cualquier salsa, cerrar la galerna, los besos tiernos con sabor a alma, un te quiero desde el corazón, los finales que me sorprenden, coleccionar cosas absurdas, las barbies, creer en las hadas, los paseos por el campo, Jewel, un picnic con cesta y mantel de cuadros, la tortiila de patatas de mi tita, sentirme turista en Madrid, vivir en las nubes, pensar en rosa, comprarme agendas para no usarlas, tirarme en el césped, andar descalza en cualquier parte, el pelo ondulado, las ruinas, Perú, las conversaciones con Adolf, comprar regalos y envolverlos cada año más bonitos, componer, hacer de celestina, ablandar corazones, comer gusanitos, los huevos kinder, retocar fotos, crear, recibir una llamada de un número que no conozco, mi cumpleaños, los bolis bic azules, los cuadros sin marco, ponerme crema en las manos, pagar con tarjeta, el arco iris, pintarrajear los post it, la gente con los pies bonitos, las camisas de cuadros, inventarme palabras, los cinturones anchos, el diario de Noah, Dirty Dancing, Otis Redding, los documentales de viajes, quedarme frita en el sofá hecha un ovillo con la tele de fondo, y que Manu me lleve a la cama en brazos, comer en el sofá con el plato en las rodillas, ponerme crema en la cara antes de dormir, dibujar estrellas y corazones en todas partes cual adolescente, las cenas-homenaje que preparamos sin razón simplemente para disfrutar de cocinar y de la buena comida, reirme de mi misma, escribir cartas de amor, el ponche con coca-cola, descubrir nuevas líneas en mi mano, tocarle el pelo a Manu y que casi entre en trance, perderme en sus ojos verdes y morder sus labios, coger conchas en la playa, el escenario, romeo y julieta, los puestos hippies en los paseos marítimos, lo años 50, el colorete rosa, los conguitos, las guias de viajes, los libros de recetas, escribir en hojas de cuadritos, los cuadernos gordos, las margaritas, viajar en tren, mi receta bolognesa, coser con mi yaya bajo las faldas de la mesa como si nunca me hubiese hecho mayor, quedar a tomar café y tomar todo menos café, Lady Pepa a las mil un día entre semana, las gachas, sentarme junto al fuego y que me arda la cara, recogerme el pelo en cuanto llego a casa, el teatro, las camisetas largas, el subrayador rosa, buscar figuras en las paredes de gotelé, hacer sombras con las manos antes de dormir con la luz de la mesita de noche, bailar como si nadie me estuviese mirando, el murmuro del lavavajillas despues de recoger la cocina, limpiar con la música a todo volumen, el parchís, la raya negra en el ojo, los bebés vestidos de mayores, pintarme las uñas de los pies, llenar nuestra caja de besos, Mammy Tuna, los calcetines gordos, los libros de biología, las paredes rojas, coser botones, una playa en invierno, los vaqueros viejos, los pendientes largos, las ceras manley, Ikea, organizar fiestas, acordarme de los sueños y confundirlos con la realidad justo al despertar, que las palabras simplemente sobren con algunas personas, Solomon Burke, las caricias escondidas, los cambios de matices en la luz del atardecer, las alas, el confeti...

viernes, 28 de enero de 2011


ENCANTADA DE RECONOCERME...

T A M A R A  es la niña perdida (o escondida) que se niega a crecer y teme descubrirse como mujer. Es requerida cuando las cosas se ponen serias, sus hermanos la reclaman constantemente y su madre se pasa el día buscándola confiando en que que algún día salga de su guarida. Desde no hace mucho, su marido se ha embarcado en la mayor aventura de su vida: encontrarla. Tamara adora los disfraces, se disfraza a diario desde hace años y años para enfrentarse a cualquier persona, lugar o circunstancia.

T A M M Y  es la hermana pequeña, la hija más sensible y la eterna adolescente que renueva sus sueños cada día. Encontró a su príncipe azul y su para siempre, y ama, y canta... pero todavía no se ha percatado de que el tiempo pasa también por ella, y que la vida dejó de ser un cuento para convertirse en su propia historia, aún más emocionante, con responsabilidades reales y problemas que ya no son manzanas envenenadas ni dragones de fuego. Tammy fue el disfraz favorito de Tamara y ya muchos han descubierto que no es más que su famoso escondite...

T A  es la hermana colega y la hija confidente. Es la amiga que hace reir con sus chistes malos y provoca el llanto con sus felicitaciones de cumpleaños. Es la amiga que regala historias en forma de canciones o recuerdos en forma de collage infinito. Ta ayer brillaba especialmente durante la noche, adornada con volantes, maquillaje, olor a humo en el pelo y sabor a wishky en los labios. Y hoy Ta sigue siendo Ta, sólo que ahora ha aprendido a brillar también por la mañana, y al atardecer, ahora no necesita volantes ni maquillaje para sentirse AMIGA. Ahora sabe que realmente las noches son sólo humo y el wishky la forma de idealizarlas. Ta sabe quiénes son sus amigas. Ta quiere a la luz del día.

M A R A  es la recién llegada, un proyecto joven con raíces maduras: LA MEZCLA. Quiere ser la mujer en la que Tamara teme convertirse, completa y segura, la mujer SIN MIEDO.  Y también quiere aprender de Tammy y soñar como ella, pero sin despegar los pies del suelo. Quiere vivir una historia real pero sin dejar de sentirse princesa. Y ser la mujer más mujer para el príncipe más azul, su marido. Mara es hoy y quiere ser mañana. Y no, no le gustan los disfraces.