viernes, 18 de marzo de 2011

Un cuento viajero que hoy ha vuelto a encontrarme.

Esta es una de las historias con las que mi madre comenzó a enseñarme cuando era niña lo que hoy sé y siento por el amor... Gracias, MAMÁ. Gracias, AMOR. 




Dos hermosos jóvenes, se comprometieron de novios cuando ella tenía trece y él dieciocho. Vivían en un pueblito de leñadores situado al lado de una montaña. Él era alto, esbelto y musculoso, dado que había aprendido a ser leñador desde la infancia. Ella era rubia, de pelo muy largo, tanto que le llegaba hasta la cintura; tenía los ojos celestes, hermosos y maravillosos. Cuenta la historia, que se habían hecho novios con la complicidad de todo el pueblo. Hasta que un día, cuando ella tuvo dieciocho y él veintitrés, el pueblo entero se puso de acuerdo para ayudar a que ambos se casaran.
Les regalaron una cabaña, con una parcela de árboles para que él pudiera trabajar como leñador. Después de casarse se fueron a vivir allí para la alegría de todos, de ellos, de su familia y del pueblo, que tanto había ayudado en esa relación. Y allí vivieron durante todos los días de un invierno, un verano, una primavera y un otoño, disfrutando mucho el estar juntos.
Cuando el día del primer aniversario se acercaba, ella sintió que debía hacer algo para demostrarle a él su profundo amor, y pensó regalarle algo que tuviera un gran significado para él: Un hacha nueva relacionaría todo con el trabajo; un suéter tejido tampoco la convencía, pues ya le había tejido varios en otras oportunidades; una comida no era suficiente agasajo.
Decidió entonces bajar al pueblo para ver qué podía encontrar allí y empezó a caminar por las calles. Sin embargo, por mucho que caminaba no encontraba nada que fuera tan importante y que ella pudiera comprar con las monedas que, semanas antes, había ido guardando de los vueltos de las compras pensando que se acercaba la fecha del aniversario.
Al pasar por una joyería, la única del pueblo, vio una hermosa cadena de oro expuesta en la vidriera. Entonces recordó que había un solo objeto material que él adoraba verdaderamente, que él consideraba valioso. Se trataba de un reloj de oro que su abuelo le había regalado antes de morir. Desde chico, él guardaba ese reloj en un estuche de gamuza, que dejaba siempre al lado de su cama. Todas las noches abría la mesita de luz, sacaba del sobre de gamuza aquel reloj, lo lustraba, le daba un poquito de cuerda, se quedaba escuchándolo hasta que la cuerda se terminaba, lo volvía a lustrar, lo acariciaba un rato y lo guardaba nuevamente en el estuche.
Ella pensó: "Que maravilloso regalo sería esta cadena de oro para aquel reloj". Entró a preguntar cuánto valía y, ante la respuesta, una angustia la tomó por sorpresa. Era mucho más dinero del que ella había imaginado, mucho más de lo que ella había podido juntar. Hubiera tenido que esperar tres aniversarios más para poder comprárselo. Pero ella no podía esperar tanto.
Salió del pueblo un poco triste, pensando qué hacer para conseguir el dinero necesario para ésto. Entonces pensó en trabajar, pero no sabía cómo; y pensó y pensó, hasta que al pasar por la única peluquería del pueblo, se encontró con un cartel que decía: "Se compra pelo natural". Y como ella tenía ese pelo rubio, que no se había cortado desde que tenía diez años, no tardó en entrar a preguntar.
El dinero que le ofrecían alcanzaba para comprar la cadena de oro y todavía sobraba para una caja donde guardar la cadena y el reloj. No dudó. Le dijo a la peluquera:
- Si dentro de tres días regreso para venderle mi pelo, ¿usted me lo compraría?
- Seguro, fue la respuesta.
- Entonces en tres días estaré aquí.
Regresó a la joyería, dejó reservada la cadena y volvió a su casa. No dijo nada.
El día del aniversario, ellos dos se abrazaron un poquito más fuerte que de costumbre. Luego, él se fue a trabajar y ella bajó al pueblo. Se hizo cortar el pelo bien corto y, luego de tomar el dinero, se dirigió a la joyería. Compró allí la cadena de oro y la caja de madera. Cuando llegó a su casa, cocinó y esperó que se llegara la tarde, momento en que él solía regresar.
A diferencia de otras veces, que iluminaba la casa cuando él llegaba, esta vez ella bajó las luces, puso sólo dos velas y se colocó un pañuelo en la cabeza. Porque él también amaba su pelo y ella no quería que él se diera cuenta de que se lo había cortado. Ya habría tiempo después para explicárselo.
Él llegó. Se abrazaron muy fuerte y se dijeron lo mucho que se querían. Entonces, ella sacó de debajo de la mesa la caja de madera que contenía la cadena de oro para el reloj. Y él fue hasta el ropero y extrajo de allí una caja muy grande que le había traído mientras ella no estaba. La caja contenía dos enormes peinetas para su cabello que él había comprado gracias al dinero que consiguió vendiendo el reloj de oro del abuelo...


martes, 15 de marzo de 2011

Dignidad

Dignidad: «calidad de digno», deriva del adjetivo latino dignus, que se traduce por «valioso»; es el sentimiento que nos hace sentir valiosos con nosotros mismosSe aplica a la persona que tiene respeto y buena estima de sí misma y merece que se lo tengan las demás personas. ¿SEGURO?


Manu y yo prácticamente no discutimos, y puedo prometer y prometo que cuando lo hemos hecho no hemos aguantado más de 20 minutos "sin hablarnos".
Algunos nos dicen: "qué aburrimiento" o "con lo chulas que son las reconciliaciones pasionales", pero yo pienso que no discutir es algo increible por lo que una vez más tengo que dar las gracias.


En los casi 5 años que estamos juntos, he aprendido a ser más humilde, a pedir perdón y a valorar qué discusiones merecen o no la pena.
Mi madre sigue recordándome cuánto he cambiado, pues siempre he sido "muy digna". En cada discusión, fuese con quien fuese, yo tenía que quedar por encima como el aceite (frase de mi madre) y si la cosa acababa mal y no me salía con la mía, apretaba los dientes y no abría la boca casi ni para respirar; y si a esto le añadimos una mirada fría como el hielo y una soberbia absoluta, podemos decir que cuando me enfadaba era realmente DESAGRADABLE.


Hace unos meses, tal vez más de una año, Manu y yo discutimos, aunque no me acuerdo por qué. Esto me consuela, pues significa que no era nada importante. 
Sólo recuerdo que yo estaba muy, pero que muy muy enfadada. Fue una discusión por la mañana, antes de salir a trabajar y casi recién levantados (es un momento horrible para discutir, así que nunca lo hagáis).
Desayunamos sin intermediar palabra, ni nos mirábamos (bueno, Manu buscaba mis ojos, pero yo me sentía "muy digna" y no pensaba mirarle!!!!).
Bajamos en el ascensor en el más absoluto de los silencios y anduvimos hacia el coche, yo por supuestísimo (cómo no), unos pasos por delante de Manu.
Subimos al coche, me puse el cinturón, saqué mi bolsita de maquillaje y me adorné con raya negra y colorete.
Busqué mis gafas de sol en el fondo interminable de mi enorme bolso y me las planté como una reina, estaba deseando ponérmelas, es absurdo pero siento que me protegen de algo más que del sol cuando estoy enfadada.


Llevábamos unos 10 minutos en el coche, yo miraba al infinito como si me fuese la vida en ello y Manu de repente empezó a reirse a carcajadas, como cuando intentas aguantar la risa pero de repente explotas.
Obviamente, y sin el más mínimo contagio, muy dignamente le dije "se puede saber de qué coño te ries?".


Él simplemente me dijo: ANDA, MÍRATE AL ESPEJO.


En el momento en que bajé el espejo y me miré, el cabreo se esfumó como por arte de magia y ahora fui yo la que rompió a reir.


MIS GAFAS SÓLO LLEVABAN UNO DE LOS CRISTALES Y NO ME HABÍA DADO CUENTA!!!!!


Nunca más volvimos a hablar de aquel enfado estúpido, y siempre nos reímos recordando esta anécdota. De hecho, ahora cada vez que me enfado, en lugar de contar hasta 10, intento ponerme en la misma situación, y haya pasado lo que haya pasado, creo que SIEMPRE volvería a reirme si me descubro ante el espejo con un sólo cristal, lo que significa que ningún enfado es más fuerte que una carcajada. Y la dignidad, señores, es lo único discutible.



viernes, 11 de marzo de 2011

margaritas...

Pasado mañana es mi cumpleaños... casi 27... no sé por qué razón, pero aún sin conocerlo ya adoro ese número, me cae bien! Y algo me dice que en estos 365 que viajaremos juntos van a pasarnos cosas geniales. 
Recuerdo cuando mis hermanas cumplieron 27 y yo las veía tan por encima de mi, tan ejemplares, tan mayores... y recuerdo mi sensación de "algún día seré como ellas". 
Los años han pasado para todos y ahora mis hermanas tienen 33 y 37... y sigo viéndolas por encima de mi, ejemplares, sabias, mayores...
Me gusta pensar que alguien menor que yo puede verme grande, adulta y segura, porque yo, sigo sintiéndome niña. 
Hoy Manu ha ido a buscarme al trabajo como cada día y se ha retrasado 10 minutos porque anda preparando algo para mi... me muero de los nervios!!! Llevo desde las 15.00 h. detrás de él pidiéndole pistas cual niña chica, intentando sacarle cosas desesperadamente, pero cuando parece que va a decirme algo me pongo a gritar pidiéndole que se calle, no quiero saber absolutamente nada!!!!!! amo los secretos de amor, amo las sorpresas!!!! Y confieso que no sabría vivir sin ellas.
Cuando hemos llegado a casa, he sentido que empezaba mi cumpleaños con dos días de antelación. Manu tenía perfectamente colocado sobre la mesa del salón un nuevo jarrón precioso  lleno de margaritas rosas, mi flor favorita. Me ha cocinado una pasta con salmón y hemos cerrado los ojos en el sofá encajados en esa postura encantadora que sólo los dos sabemos disfrutar hasta niveles sobrenaturales.


Quiero tener 27 años, quiero tener 127 más a su lado.




domingo, 6 de marzo de 2011

...ALQUIMIA...

Puedo considerarme buscadora de mezclas perfectas.
Incluso existen situaciones cotidianas a las que otorgo el valor casi de ritual. Y simplemente, no pueden modificarse ni lo más mínimo porque dejarían de ser tan satisfactorias. 
Los spaghetti bolognesa, por ejemplo, son plato obligado dos domingos al mes (el placer aumenta si es domingo de resaca); y en este caso mi ritual para ser completamente feliz consiste en:
a) servírmelos en una fuente honda tipo ensaladera
b) mirar la cantidad y sonreir incluso antes de probarlos siendo consciente de la cantidad tan desmesurada que pretendo comerme
c) nada de mesas. Tengo que estar recostada en el lado derecho del sofá, con la espalda sobre dos cojines (uno de los rojos y otro de los de rayas negras y blancas).
d) la fuente apoyada entre el pecho y el ombligo, sin bandeja.
e) mi trapo sagrado y una servilleta de papel debajo de mi pierna izquierda
f) la botella de agua (no puede ser vaso) accesible para mi mano derecha
Si da la casualidad de que el domingo viene alguien a comer a casa, obviamente no puedo comer estilo Cleopatra y me siento a la mesa. Pero esto supone que a más tardar al día siguiente, tengo que volver a comer spaghetti bolognesa porque no los he disfrutado ni la mitad de la mitad y NECESITO MI MOMENTO. NECESITO MI DOSIS DE FELICIDAD AL 100%.
Manu a veces me llama loca (con todo el amor del mundo), pero yo prefiero decir que soy una persona a la que le cuesta muy poco ser feliz. Y puedo ser la mujer más feliz del mundo durante los 20 minutos que siento sobre mi tripa el calorcito de la fuente de pasta. LA MÁS FELIZ DEL MUNDO. Por qué conformarme con menos? Manu se ha aprendido al dedillo cada uno de mis "rituales" y me encanta ver cómo coloca los cojines estratégicamente en el sofá o sitúa la botella de agua en el sitio exacto para que no tenga que perder la postura cada vez que quiera beber agua y sólo tenga que estirar el brazo. A veces se ríe mientras lo hace y me pregunta qué haremos si algún día tenemos hijos y ven a su madre comer en esas condiciones. Creo que no quiero tener hijos :)
Esto es sólo el ejemplo más gráfico que ha venido a mi cabeza, pero si nos ponemos a pensar, todos en nuestra vida buscamos estas mezclas perfectas para dar con el resultado que nos hace felices. En todos los aspectos que podamos imaginar. 
Nuestra vida es una caldero mágico y nosotros los alquimistas responsables de convertirla en algo que merezca la pena, mezclando y mezclando.
Todos sabemos lo que nos hace bien. Todos tenemos los ingredientes, sólo hay que aprender a combinarlos. Crea tus pequeños rituales y desde hoy y para siempre ejerce tu sagrado derecho a ser feliz.